Cafetín Literario
Asociación Empleados de comercio; Rosario.
Apenas un instante
-Lo que me faltaba_ pensó para sus
adentros_ llegar cansado del trabajo y tener que compartir el ascensor
con ella. Era la del octavo,
octogenaria, quejosa y habladora. Ni su propio hijo la toleraba, ya hacia
tiempo que no se lo veía por el edificio.
Recordó la dura tarea del día: tratar de
explicar a sus alumnos las diferencias
entre las raíces de las plantas.
Apenas comenzó la clase se dio cuenta de que el tema no les interesaba en absoluto;
pero sucedió algo inesperado, pasados unos minutos, hicieron silencio y prestaron atención.
¿Qué habré hecho para lograr este
milagro? –se preguntó.
Habló de dos tipos de raíces: en
primer lugar las que profundizan en busca de agua venciendo cualquier obstáculo
que se les interponga y si hay sequía son capaces de llegar hasta la napa para extraer tan vital elemento.
Otras, en cambio, se distribuyen como una cabellera, horizontalmente,
utilizando el agua cercana a la superficie, dependen de las lluvias que pueden ser abundantes o escasas ya veces,
el anclaje no es suficiente entonces
cualquier viento derriba la planta entera.
Se sorprendió cuando uno de los pibes
le dijo:- como en la vida, no, profe?
No supo qué responder.
En esos pensamientos andaba cuando
cesó el parloteo y se dio cuenta de que la vecina había dejado el ascensor.
Llegó al último piso y entró.
No podía despegarse de las palabras
del alumno que aparecían recortadas, mutiladas,”…como en la vida…”
Sintió el peso en los hombros.
Era su propia vida.
Se recordó pequeño y huérfano. A
horas de parir, la madre huyó del hospital con otro hombre, dejando atrás para
siempre hijo y marido. El padre, hombre
de pocas palabras lo crió sin cariño y decía una y otra vez: si llegaste a ser
alguien me lo debés todo a mí, fui el único que se ocupó de vos.
Ni bien pudo se fue, sin preguntar,
sin discutir. Nadie le pidió que volviera.
Tuvo varias parejas y se negó a tener
hijos. ¿Acaso el podría dar lo que no había recibido? ¿Sabría abrazar, besar,
amar a un niño? Las mujeres no se arraigaban.
Él era como esa planta con raíz
superficial, esclavo sediento de las pocas gotas de agua que se
evaporaban velozmente en la sequía de su alma, hambreado de amor y casi sin
arraigo.
La ventana, estaba cerca y no dudó.
Ya en caída libre, no hizo el
inventario de su vida, ¿para qué?, los recuerdos lo acosaban permanentemente.
El trayecto le pareció corto, sintió un golpe,
un balanceo y luego…la nada.
Cuando recuperó la conciencia estaba
en una cama, seguramente de algún hospital de emergencias, reconstruyó sus
actos sin emoción y quedó concentrado en la sensación de balanceo final, le
pareció escuchar un parloteo conocido, abrió lentamente los ojos y vio una mano
nudosa, manchada por la edad que sostenía con cálida
firmeza la suya, anclándolo en la vida, con la otra, le acariciaba la frente
mientras lo miraba con dulzura y aflicción.
Sintió ese calor que sienten los
niños cuando ya relajados se abandonan al sueño en la seguridad del hogar.
La anciana no lo sabía entonces pero
en el mismo instante que abrió ese toldo que lo acunó, había parido un hijo
soñado y a él ¡justamente a él! le había nacido la madre que tanto anheló.
Elsa Palma