La carreta del oeste
Cargaban todo tipo de equipaje,
mantas, valijas, armas, herramientas, ollas y tonel de agua para beber, muchas
cosas más. Lo que serviría para abrirse paso a través de sierras y llanuras y
llegar al oeste: la tierra prometida.
Los dos viajeros recorrían de día
largos caminos polvorientos y cruzaban angostos ríos, donde la carreta se movía
casi como un barco y ellos oscilaban con sus cuerpos acompañando el movimiento.
Cuando la luz del día se apagaba, buscaban un
lugar reparado, ya sea por árboles o grandes rocas cerca del río.
Prendían un fuego enorme para alejar a las
bestias nocturnas y se alimentaban con lo que cazaban durante el trayecto.
Luego dormían sobre sus mantas, pero siempre expectantes. Los caballos
descansaban en la orilla y bebían todo lo que podían para que al alba volvieran
a arrastrar el peso de todo lo transportado.
Extensos días se repitieron de la
misma forma, hasta que una tarde, estando los dos en el pescante escucharon un
retumbar horroroso mezclado con gritos guturales: eran indios que se acercaban.
El asombro no les dio tiempo para armarse y lo que siguió fue un silbido de
flechas que se mezclaba con el polvo que levantaban los cascos de los caballos
al atacarlos.
Una flecha atravesó la pierna del que conducía
la carreta, el dolor fue inmenso, un balazo de rifle fue a dar en el hombro del
otro que empezó a manar sangre. Los dos se desplomaron de espalda sobre la
carreta, pero tuvieron que luchar como podían con dos apaches que a cuchillo
habían trepado por detrás.
Pelea, gritos y lucha hicieron que el carruaje
volcara sobre un costado con sus cuatro ocupantes enfurecidos.
Cuando de pronto, se oyó la voz
de la abuela Moma:- Chicos a tomar la leche-. Y todo volvió a la normalidad en
el altillo.
Ana María Muratorio
Chau número tres.
Te dejo con tu vida
tu trabajo
tu gente
con tus puestas de sol
y tus amaneceres.
Sembrando tu confianza
te dejo junto al mundo
derrotando imposibles
segura sin seguro.
Te dejo frente al mar
descifrándote sola
sin mi pregunta a ciegas
sin mi respuesta rota.
Te dejo sin mis dudas
pobres y malheridas
sin mis inmadureces
sin mi veteranía.
Pero tampoco creas
a pie juntillas todo
no creas nunca creas
este falso abandono.
Estaré donde menos
lo esperes
por ejemplo
en un árbol añoso
de oscuros cabeceos.
Estaré en un lejano
horizonte sin horas
en la huella del tacto
en tu sombra y mi sombra.
Estaré repartido
en cuatro o cinco pibes
de esos que vos mirás Mario Benedetti.
y enseguida te siguen.
Y ojalá pueda estar
de tu sueño en la red
esperando tus ojos
y mirándote.
Te dejo con tu vida
tu trabajo
tu gente
con tus puestas de sol
y tus amaneceres.
Sembrando tu confianza
te dejo junto al mundo
derrotando imposibles
segura sin seguro.
Te dejo frente al mar
descifrándote sola
sin mi pregunta a ciegas
sin mi respuesta rota.
Te dejo sin mis dudas
pobres y malheridas
sin mis inmadureces
sin mi veteranía.
Pero tampoco creas
a pie juntillas todo
no creas nunca creas
este falso abandono.
Estaré donde menos
lo esperes
por ejemplo
en un árbol añoso
de oscuros cabeceos.
Estaré en un lejano
horizonte sin horas
en la huella del tacto
en tu sombra y mi sombra.
Estaré repartido
en cuatro o cinco pibes
de esos que vos mirás Mario Benedetti.
y enseguida te siguen.
Y ojalá pueda estar
de tu sueño en la red
esperando tus ojos
y mirándote.
Ana María Muratorio
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