Empleados de Comercio; Corrientes 450, 1º piso.
Miércoles desde las 14hs. Gratuito
He aquí una frase sugerente
(Tomada de un escrito de D.F.Sarmiento, titulado: “Un tigre
en el desierto”)
… Entonces supe lo
que era tener miedo
Era un pueblo pequeño, como una
postal típica: casas bajas, las más encumbradas con zaguán y puerta cancel; la mayoría
más modestas.
![](https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEhAdls6Ec31xBZRKwKxZDZtjX2H20dNw0Ik68eHe9LCDQRRJPfYiJshwrW-Yvo0Jd2RtYJtVfqxxm80uKsFvAedw5ivKaN7snXxnoFBSmz3JPj8_qbzh7deNDTksnn8yvpq5oAoJj3Cd4tL/s1600/debajo.jpg)
Frente a sus cuatro lados se
encontraban las instituciones más caracterizadas del pueblo: la Comuna , la escuela, la
iglesia, el Club Social, dos farmacias y el almacén de ramos generales.
Yo vivía frente a la estación del
ferrocarril en una casa antigua con un ancho zaguán y un amplísimo patio con
árboles al fondo.
Una noche me encontraba sola,
dispuesta a dormir, cuando escuché nítidamente en medio del silencio un extraño
ruido indefinible, más bien grave, repetido a intervalos regulares y breves.
Contuve la respiración para
comprobar si era dentro o fuera de la casa. Decididamente, no sólo era adentro
sino en mi propia habitación.
Quedé paralizada. El ruido
proseguía con la misma regularidad.
Tuve que oprimirme el pecho con
ambas manos porque mi corazón parecía pronto a estallar.
En pocos minutos recordé ciento
de historias escuchadas en el galpón de los peones, cuando pasaba mis
vacaciones en el campo donde se hablaba de aparecidos y fantasmas, de almas en
pena que arrastraban cadenas, de espíritus, luces malas y voces del más allá.
El ruido proseguía y mi terror
iba en aumento, llegando al paroxismo.
Me cobijé hasta la cabeza para no
oírlo, pero fue en vano. Un sudor frío me cubría las manos y la frente, me
faltaba el aire, no creí poder resistir más tiempo tanta angustia.
Súbitamente tomé una decisión
heroica: encendí la luz y me incliné para mirar debajo de la cama, de donde en
ese momento provenía el ruido.
No tengo palabras para definir mi
impresión, pero sé positivamente que lo que en otra circunstancia me hubiese
causado asco, repugnancia y escalofrío, en ese instante me produjo un
inenarrable alivio: un inmenso sapo áspero, barrigudo y pesado, recorría a
saltos la habitación, quizá buscando una salida.
Hoy es apenas una anécdota
risueña; pero entonces, supe lo que era tener miedo!
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