sábado, 23 de agosto de 2014

La vieja de la bolsa, Alicia P. de Capella



La vieja de la bolsa.

Quién iba a decirlo! Dicen que quedó así desde que encontraron muerta a su abuela con una bolsa de nylon en la cabeza. Cuánto amor debió sentir por doña Anita.
¡Tan buen muchacho! Aunque la finada, que en paz descanse, no parecía ser muy cariñosa con su nieto.
Adolfito tenía diecisiete años, era alto, flaco, desgarbado. De su abuelo materno, además del nombre, había heredado unos transparentes ojos grises que hacían olvidar su desaliño. Vivía con sus padres y una hermana en una casa edificada arriba de la de su abuela.
Diariamente doña Anita lo acosaba: ¿A dónde vas? ¿De dónde venís? ¿Por qué no aprendés de tu hermana que siempre está estudiando? ¡No me contestés! ¡Contestame que te estoy hablando” Tan maleducado como tu  padre!
Ya no la aguanto, pensaba el chico, si por lo menos se quedara muda por un tiempo, aunque fuera una semana. Él seguís divagando mientras la vieja hablaba.
Cuando prendía el equipo en su habitación, enseguida aparecía su madre para decirle: “Nene, la abuela pide que bajes el volumen, dice que se le van a caer los cuadros de cómo retumba el ruido en su casa”.
Si al menos se quedara un poco sorda, pensaba él.
El día anterior al crimen, la anciana le había regalado a su nieto una camisa a cuadros. Adolfo miró la camisa y le pidió a su abuela que le dejara la factura para cambiarla por una remera. Doña Anita le respondió: “No queridito, esta vez quiero verte con ropa decente”. “Pero abuela esta camisa es para un viejo”.-insistió él. “También me llevo la bolsita así me quedo segura de que no la vas a cambiar. Además, recordalo,  para tu cumpleaños quiero que la estrenes, sino olvidate de lo que me pediste el otro día”.
Esa misma noche la asesinaron, presuntamente para robarle.
Había pasado alrededor de una semana de la trágica muerte de la anciana, cuando Adolfo comenzó a sentir un cierto malestar, sobre todo cuando se dirigía a la escuela; tenía la impresión de que alguien lo vigilaba o perseguía. Muchas veces volvía la mirada, aunque nunca veía nada extraño.
Un día descubrió que a su lado solía haber una bolsita de nylon inflada por el viento. Comenzó a hacer pruebas: él se detenía y la bolsita se desinflaba a sus pies. Al reiniciar la marcha, volvía a inflarse y resoplar como su tuviera vida. Él doblaba en la esquina y la bolsita se enrollaba sobre sí misma dirigiéndose siempre hacia donde él iba. Por último, inició una carrera desesperada con la bolsita volando sobre su cabeza.
En el pic nic de la primavera, cuando se estaba besando con Mariana, una bolsa reseca por el sol, les pegó en la cara y se quedó adherida a sus cabellos. Adolfito empezó a sentir miedo.
La vieja, la vieja de mierda, se dijo, en tanto observaba por la ventana de su dormitorio como una bolsa negra de las de consorcio se estrellaba contra el vidrio. Ya no se animaba a salir a la calle. Agorafobia, pronosticó un amigo de la familia.
Es mi abuela, decía el chico, mientras miraba consternado cómo la bolsita de nylon, que había contenido la jeringa descartable, saltaba desde el cesto de papeles a sus rodillas.
Es la estática, opinó el enfermero.

                                               Alicia Pesce de Capella.  











Cafetín Literario
Empleados de Comercio; Corrientes 450 1º piso.
Miércoles desde 14hs. 




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