domingo, 26 de octubre de 2014

La carreta del oeste, Ana María Muratorio.

La carreta del oeste
Cargaban todo tipo de equipaje, mantas, valijas, armas, herramientas, ollas y tonel de agua para beber, muchas cosas más. Lo que serviría para abrirse paso a través de sierras y llanuras y llegar al oeste: la tierra prometida.
Los dos viajeros recorrían de día largos caminos polvorientos y cruzaban angostos ríos, donde la carreta se movía casi como un barco y ellos oscilaban con sus cuerpos acompañando el movimiento.
 Cuando la luz del día se apagaba, buscaban un lugar reparado, ya sea por árboles o grandes rocas cerca del río.
 Prendían un fuego enorme para alejar a las bestias nocturnas y se alimentaban con lo que cazaban durante el trayecto. Luego dormían sobre sus mantas, pero siempre expectantes. Los caballos descansaban en la orilla y bebían todo lo que podían para que al alba volvieran a arrastrar el peso de todo lo transportado.
Extensos días se repitieron de la misma forma, hasta que una tarde, estando los dos en el pescante escucharon un retumbar horroroso mezclado con gritos guturales: eran indios que se acercaban. El asombro no les dio tiempo para armarse y lo que siguió fue un silbido de flechas que se mezclaba con el polvo que levantaban los cascos de los caballos al atacarlos.
 Una flecha atravesó la pierna del que conducía la carreta, el dolor fue inmenso, un balazo de rifle fue a dar en el hombro del otro que empezó a manar sangre. Los dos se desplomaron de espalda sobre la carreta, pero tuvieron que luchar como podían con dos apaches que a cuchillo habían trepado por detrás.
 Pelea, gritos y lucha hicieron que el carruaje volcara sobre un costado con sus cuatro ocupantes enfurecidos.
Cuando de pronto, se oyó la voz de la abuela Moma:- Chicos a tomar la leche-. Y todo volvió a la normalidad en el altillo.

                                                                       
                                                                         Ana María Muratorio

















Chau número tres.

Te dejo con tu vida 
tu trabajo 
tu gente 
con tus puestas de sol 
y tus amaneceres. 

Sembrando tu confianza 
te dejo junto al mundo 
derrotando imposibles 
segura sin seguro. 

Te dejo frente al mar 
descifrándote sola 
sin mi pregunta a ciegas 
sin mi respuesta rota. 

Te dejo sin mis dudas 
pobres y malheridas 
sin mis inmadureces 
sin mi veteranía. 

Pero tampoco creas 
a pie juntillas todo 
no creas nunca creas 
este falso abandono. 

Estaré donde menos 
lo esperes 
por ejemplo 
en un árbol añoso 
de oscuros cabeceos. 

Estaré en un lejano 
horizonte sin horas 
en la huella del tacto 
en tu sombra y mi sombra. 

Estaré repartido 
en cuatro o cinco pibes 
de esos que vos mirás                     
 Mario Benedetti.
y enseguida te siguen. 

Y ojalá pueda estar 
de tu sueño en la red 
esperando tus ojos 
y mirándote.
                                                     

                                          


                            Ana María Muratorio

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